martes, 10 de enero de 2023

La oveja Molly

 



A pesar del buen clima, por las noches aún hacía un poco de frío.

Como cada año, Molly odiaba más que nunca a ese maldito pastor; no entendía por qué volvía a convertir su cuerpo en una especie de famélico animal. Bien es cierto que por el día se sentía más fresca y bien avenida, pero, ¿quién era lo suficientemente déspota como para arrebatar su pelaje sin su consentimiento?
No podía quejarse del trato recibido por ese humano, ya que le proporcionaba comida, agua, cobijo... pero, al fin y al cabo, Molly no lo había elegido.


Esta vez, el color verde de la pradera resplandecía más que nunca. Los bocados eran más deliciosos de lo que jamás había recordado y la fresca agua de la laguna saciaba su sed antes de la siesta matutina.

— Una vida muy tranquila, demasiado, quizá. Molly, Molly, no empieces de nuevo a pensar y disfruta de este maravilloso día...

Cuando el sol se escondía detrás de las Grandes Montañas, como cada día, Molly y sus compañeras iban a dormir a los rediles.
A Molly no le gustaban mucho; en invierno eran lugares muy fríos y, en verano, le habría gustado más pasar la noche a ras de hierba, sintiendo la fina brisa veraniega. No entendía porqué tenía que dormir donde le decían, o pacer donde ella no decidía, o... el sueño le cerraba sus contiguos ojos, era hora de dormir.


— Otra vez ese maldito perro, ¡déjame dormir!

Como cada mañana, era hora de salir a pastar; ya estaba amaneciendo y había que seguir la rutinaria escena.
Algunas compañeras le decían que podría ser peligroso quedarse sola durmiendo y no obedecer al rebaño, pero a Molly no le agradaba demasiado sentirse una esclava.
Tras un par de ladridos más, decidió ocupar la última posición, camino a las verdes y deliciosas praderas.

— ¿Qué habrá allí detrás? Preguntaba Molly a una de sus compañeras, señalando las montañas.
— No sé, ¿qué importa?
— ¿Cómo que qué importa? ¿No quieres saber qué ven esos halcones o quién mora esas tierras? —replicó Molly
— Allí no hay nada, ya te lo han dicho muchas veces. Además, vivimos bien aquí.
— No entiendo cómo podéis vivir bien en una cárcel.

Molly se volvía a enemistar con otra compañera, ya no quedaban muchas con las que discutir sobre lo mismo de siempre. Todas pensaban igual, y eso a Molly le causaba gran irritación.

Allí, detrás de las montañas, había un mundo por descubrir. Un mundo de libertad y oportunidades, un lugar donde nadie le obligase a madrugar, le prohibiesen alejarse demasiado de sus compañeras o a cortarle su pelaje al comenzar la época de color. Estaba segura de ello, y más segura estaba de querer abandonar a todo ese rebaño de aburridas fotocopias.



— ¡Qué agua tan refrescante! Sin duda, el mejor agua que he probado nunca.

Molly estaba encantada con el lago de la parte alta de la montaña; su plan había funcionado. Escapar por la mañana, aprovechando que el sol aún no estaba en su máximo apogeo, mientras todos caminaban en paso militar hacia su rutina diaria. ¿Quién se iba a imaginar que alguien no cumpliese con su cometido?
Tras más de 6 horas a paso ligero, se dio de bruces con ese maravilloso paraje. Ingente cantidad de pasto, más verde que el más colorido lugar que su pequeña y dura cabeza jamás hubiese imaginado.

Al fin había hecho su sueño realidad. La vida que siempre había soñado, allí estaba, solo tenía que ascender por las grandes montañas. Era libre para hacer lo que quisiera: dormir en medio de la verde inmensidad, levantarse tarde si le apetecía, comer o bañarse sin que nadie se lo ordenase... eso sí que era vida. Bien es cierto que, a veces, se aburría un poco, no sabía qué hacer con tanto tiempo para ella. Pero eso no era muy importante, era libre, no como sus antiguas y esclavizadas compañeras.


Una noche sintió un escalofrío. No era una tiritona de ésas que tenía a menudo, desde hacía varios días (y es que ya se acercaba el otoño). Levantó la cabeza y vio dos luces muy pequeñas moviéndose en la otra punta de la gran pradera. Dos luces que poco a poco se acercaban y, cada cierto tiempo, emitían un ruido realmente escalofriante.
Molly recordó aquellas historias a las que no solía hacer mucho caso cuando solamente era pequeña bola de lana; por su mente pasaron imágenes de animales capaces de todo, como por ejemplo de acabar con la vida de alguna de sus compañeras. Nunca olvidará aquella noche, dos inviernos atrás, cuando un estruendo en el redil acabó con sangre y la muerte de varias de sus compañeras. Ese día supo que, en el interior de sus cuerpos, hay muchas más cosas de lo que imaginaba. 

Molly nunca vio la figura de aquel supuesto asesino, pero sabía que sus ojos eran iguales a las luces que cada vez tenía más y más cerca.
Disimuladamente, Molly se acercó al lago y nadó varios metros, aguantó la respiración y rezó todo lo que no sabía. Fue la noche más larga de su vida, pero vio la luz del día siguiente para contarlo. Bueno, realmente no podía contarlo, ya que no tenía a quién; estaba sola.

— No puedo vivir aquí más tiempo. No dispongo de cobijo, necesito algún lugar donde protegerme de esas bestias. Además, está llegando el frío y no podré aguantar mucho más tiempo durmiendo en un lugar como éste.

Tras 3 días caminando a través de las montañas, Molly estaba desesperada. No encontraba ese lugar idóneo para dormir, donde sentirse protegida. Los pastos empezaban a perder color y cada vez tenía menos comida. Por si fuera poco, el agua de los ríos y lagos que iba encontrando, estaba cada vez más fría. Su sueño se había convertido en pesadilla, tenía miedo y solo quería volver a casa. Pero, ¿cómo? Había vagado tanto que no sabía dónde se encontraba. Su libertad se había convertido en una prisión, un lugar frío y tenebroso.

A la mañana siguiente, decidió madrugar más de lo habitual. Era eso, comenzar el día con seguridad y energía, o dejarse llevar por las garras del lacerante destino.
Cuando menos se lo esperaba, una pequeña priedrecita cayó sobre su cabeza. Miró hacia arriba y pensó que todo había acabado. Echó de menos a sus antiguas amigas, aquellos fríos rediles y a ese repugnante pastor, al que ahora tanto añoraba. Petrificada, se quedó mirando a aquel terrorífico animal que, con las fauces abiertas cual fiera salvaje, parecía que fuesen a devorar a nuestra pequeña protagonista.
Tras la amenaza, el ladrido le hizo dar un salto y salir corriendo en la dirección que le marcaba ese enorme mastín. A los pocos metros, ya estaba reunida con el resto del rebaño. No había visto a esas ovejas en su vida; todas ellas bastante bien alimentadas, serenas y felices. En ese momento, Molly creyó ser la oveja más feliz del mundo.

Ya anocheciendo, una detrás de otra, salieron de los pastos en dirección a 3 enormes camiones. Más contenta que nunca, aunque sin saberlo, Molly iba camino al matadero.


****************************************************************************************************************



Reflexión

¿Qué es la libertad? ¿Queremos libertad? ¿Para qué? ¿Podemos vivir con ella? ¿Y sin ella? ¿Formamos parte de un rebaño?

Mucha gente cree ser libre, saliendo del yugo de un rebaño para, según cree, vivir en base a su propio juicio, moral e ideas. Pero acaba siendo esclavo de otro rebaño; muchas veces de forma inconsciente.

Cuando creo ser libre, ¿lo soy realmente? ¿mis convicciones son mías, o son un constructo creado en base a una sociedad, sus normas, costumbres, valores y enseñanzas? ¿Puedo vivir siendo (o creyendo ser) libre? ¿Es mejor ser libre, soportando miedos, inseguridades y preguntas, o vivir oprimido, sabiendo que alguien "cuidará" de mí?