miércoles, 14 de junio de 2023

La ley del bosque




El bosque seguía muriendo, y los árboles seguían votando por el hacha. Ella era astuta, los había convencido de que, por tener el mango de madera, era uno de los suyos.


A golpe de hierro forjado, el color verde del mapa se diluía en tenue marrón; tristeza y sollozos eran acallados por los rumores de que esto era un mal necesario.

A las ardillas no les importaba mucho. Gracias a él, el suelo siempre estaba lleno de bellotas, por lo que siguieron votándolo.
Lo mismo sucedía con los pájaros: tenían más espacio para volar y encontrar bichos de los que alimentarse. Además, siempre sería mejor que esa ruidosa motosierra.
Los reptiles recibían más luz del sol, los grillos de la luna y la tortuga... no importaba lo que dijese la tortuga. 

Esa vieja loca no hacía más que poner pegas a todo lo que ocurría a su alrededor.
Con la excusa de que era sabia y conocía la historia del bosque desde tiempos inmemoriales, se creía con el derecho a opinar y debatir. Todo le parecía mal: Secar la laguna, que atrae mosquitos y mal olor... talar grandes y viejos árboles que impiden entrar la necesaria luz del sol... o acabar con esos viejos árboles que ensucian el suelo con su pegajosa resina. La tortuga se oponía a lo que ella consideraba el fin del bosque, por algo era conocida como la vieja cascarrabias.


Ahora, en su preciosa isla de Borneo, tucanes, cangrejos y escarabajos vuelven a repetir la historia. Ella, ya sin fuerzas para debatir, contempla cómo la fauna y flora observan alegremente las nuevas chozas y barracas construidas por los humanos con esos inservibles restos de piedra y arena.