lunes, 30 de diciembre de 2019

Engañoso placer



- ¿Qué le pongo?
- Una magdalena con crema.
- ¿Algo más?
- Nada más, gracias.

A Damián nunca le habían gustado las magdalenas; menos aún esa viscosa sustancia, más parecida a leche en descomposición que a sabroso y dulce relleno... hasta que comprendió que estaban muy sabrosas. Siempre había sido una persona muy ciega. Gracias a su mujer, al fin había encontrado sentido a todo aquello que le rodeaba y nunca había sabido apreciar.
¿Cómo, si no, habría podido descubrir esa gran afición a la lectura? Y es que, tan largas horas disfrutando de la compañía de Cervantes o el Arcipestre de Hita, junto a su eterna amada, hacían de sus noches invernales una auténtica dicha.
Obras teatrales, degustación de un buen vino, o esos preciosos cuadros pintados por un joven Velázquez, habían transformado su realidad. Todo aquello se había convertido en sus nuevas aficiones, más propias de su distinguida vida que de otras actividades indignas de cualquier buen hombre que se precie.

Burlose del destino esquivando un fangoso charco que el camino le había puesto como trampa, hasta llegar al punto medio de su paseo matinal.

<<Pobres infelices>> se volvía a decir, mientras observaba a esos malditos labradores trabajando en la arboleda. Sus sucias manos araban indecentemente la tierra, mientras sus puercos ropajes ayudaban a maximizar su mugrienta y desdichada imagen.
Tanta rabia hacia esos pobres jornaleros no era más que un rencor escondido en sus adentros, que le impedían rememorar su feliz pasado en las tierras bajas de Toledo. Menos mal que Amancia apareció en su vida... desde entonces, no volvió a necesitar nada de eso; esa indecente vida cambió gracias a su querida esposa.
Es todo lo que él había deseado, ser amado por una bella mujer, a pesar de su poca estatura y aguileña nariz; no necesitaba más, únicamente compartir aficiones para hacerle la mujer más querida y feliz del mundo.


Durante la noche, su última noche, con las doce uvas postradas en su plato, inertes, y con la única atención del propio Damián, éste pensaba; reflexionaba sobre su mísero futuro, mientras observaba de reojo esa sucia soga que tanto le llamaba la atención desde hacía 4 meses.
Aquella asquerosa leche podrida le carcomía las tripas, su sabor era tan desagradable que le costaba pensar que alguien pudiera sentir placer al tomarla. Ni aquellos bárbaros que decían haber descubierto en las lejanas indias podrían disfrutar de tal potingue.
Avivó el fuego de la lumbre con los aburridos libros en los que nunca encontró diversión alguna, para provocar aún más las llamas con los inútiles trozos de madera pintados por esos nuevos locos.

Lo que había sido todo para él durante los últimos 6 años de vida ya no existía; y nada de lo que le rodeaba le haría recobrar la esperanza de volver a disfrutar los felices días vividos tiempo ha: rodeado de mugre, tierras de labranza y malolientes mulos de carga.

Cerró los ojos y se dejó llevar por los colores y trozos de incomprensible papel que avivaban su inminente destino.

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