Parecía tener un pacto con la naturaleza, era como si ésta le estuviera eternamente agradecida.
Los rayos del sol creaban vida a todo cuanto le rodeaba, dando luz a los verdes pastos y forma a un hermoso y profundo horizonte. Los ríos avanzaban sin prisa, escupiendo la tierra con paciencia infinita. La cálida brisa susurraba en el silencio, como queriendo hablar un idioma antiguo y ya olvidado con su largo y suave cabello.
La carretera era amplia y el tiempo parecía inmutable; con una sonrisa invariable, su rostro se mimetizaba con la naturaleza que le rodeaba.
Parecía transitar ese precioso camino eternamente, puesto que quien no mira atrás, solo ve lo que tiene en frente; pero quien no mira atrás, tampoco entiende lo que ve...
De repente, dio un repentino frenazo; un escalofrío recorrió su cuerpo y su eterna sonrisa se tornó en perplejidad, la cual se fue transformando en incomprensión, duda, miedo y finalmente el pánico más absoluto, como un camaleón que descubre a quien, en cuestión de segundos, acabará con su vida.
Cerró fuerte los ojos y volvió a abrirlos; no, no era una pesadilla, todo era más real que nunca: Allí mismo, en frente suyo, no había nada.