Eternidad

 

Parecía tener un pacto con la naturaleza, era como si ésta le estuviera eternamente agradecida.

Los rayos del sol creaban vida a todo cuanto le rodeaba, dando luz a los verdes pastos y forma a un hermoso y profundo horizonte. Los ríos avanzaban sin prisa, escupiendo la tierra con paciencia infinita. La cálida brisa susurraba en el silencio, como queriendo hablar un idioma antiguo y ya olvidado con su largo y suave cabello.

La carretera era amplia y el tiempo parecía inmutable; con una sonrisa invariable, su rostro se mimetizaba con la naturaleza que le rodeaba.

Parecía transitar ese precioso camino eternamente, puesto que quien no mira atrás, solo ve lo que tiene en frente; pero quien no mira atrás, tampoco entiende lo que ve...

De repente, dio un repentino frenazo; un escalofrío recorrió su cuerpo y su eterna sonrisa se tornó en perplejidad, la cual se fue transformando en incomprensión, duda, miedo y finalmente el pánico más absoluto, como un camaleón que descubre a quien, en cuestión de segundos, acabará con su vida.

Cerró fuerte los ojos y volvió a abrirlos; no, no era una pesadilla, todo era más real que nunca: Allí mismo, en frente suyo, no había nada.

La carretera se había acabado; si no hubiese dado ese repentino frenazo, habría caído al vacío.

Los árboles ya no estaban; solo quedaban pequeños matojos, podridos por el frío. El horizonte había desaparecido y el sol parecía haberse olvidado del pacto que tenían desde hacía tanto tiempo. Su rubio cabello se había tornado canoso y, la eterna sonrisa, con la que creía haber firmado un pacto eterno, le recordó que nada es para siempre.

Comenzó a llorar.

De nada le sirvió dibujar el mundo con el color de sus sueños; había vuelto al lugar de donde venía y del que creía haber escapado.